lunes, 6 de octubre de 2008

Cada uno con el suyo



Desde mi otro blog, El gato que vino de visita, traslado esta entrada que creo que tiene más sentido aquí dentro. No toco para nada el texto anterior...

Sé que hace tiempo que no me conecto a esto del blog, pero no he podido evitar hacerlo al ver esto. En principio, acostumbrados como estamos desde Duchamp a ver y a entender que un bidet puede ser una obra de arte, la mente tiende a decir que eso es una obra de un artista conceptual bastante cachondo que pretende hacer una crítica al sistema poniendo el ipod hasta en el cajetín del papel higiénico. Lo divertido de este asunto es que el objeto en cuestión no es en absoluto irónico, sino que existe como tal (es decir, con su función de portarrollos musical que puede verse e incluso comprarse al por mayor en la página web de la empresa eutronics -por cierto, que en ella podemos leer en inglés: "Ahora puede mejorar su experiencia en cualquier habitación con su música favorita en su ipod"- Hum... Queda clara cuál es la experiencia que este cacharro pretende mejorar). Dejo a la atención de los posibles lectores la reflexión sobre si en este momento histórico el discurso artístico-irónico está siendo boicoteado, de forma que cualquier crítica que se le pueda hacer al sistema mediante una "usurpación"o "uso indebido" de determinado objeto, revierta en un nuevo uso canónico y nada irónico del citado objeto. Y lo digo para que los artistas, antes de imaginar se lo piensen dos veces, que lo mismo alguna empresa convierte un dardo irónico en una bomba atómica de destrucción masiva del pensamiento (sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de horteras que hay en el mundo y que, tal vez, se compren ese portarrollos)...

viernes, 3 de octubre de 2008

Mantequilla Breda

Hace unos años ir a Ceuta desde Cádiz era toda una aventura. Yo fui un par de veces con mi padre. Nos levantábamos de madrugada, a eso de las 5. Nos preparábamos y salíamos en autobus a las 6 en dirección a Algeciras. Parábamos en la Barca de Vejer, donde podíamos desayunar una manteca colorá con zurrapa de lomo antes de seguir camino. Cuando llegábamos apenas había salido el sol y nos montábamos en el Ferry que nos llevaba, cruzando el estrecho, a la ciudad con puerto franco, que quería decir que no se pagaban impuestos. Eso hacía que los bazares con productos electrónicos y las tiendas con comidas exóticas estuvieran por todas partes, y todo mucho más barato que en la península. Allí compró mi padre su primer radiocassette marca Gregory, que el dependiente le dijo que venía a ser como un Phillips. Tal vez fuera cierto. A fin de cuentas en esa época China no había despertado y los productos electrónicos venían indefectiblemente de Alemania o de Japón. Bueno, si eran Phillips o "Pilips", como alguno le llamaba a la marca, venían de Holanda. Pero en esa época, de "Pilips" sólo se conocían las afeitadoras y poco más. Recuerdo también que en uno de los viajes mi padre compró un reloj supuestamente suizo que funcionaba mediante un muelle con un muñequito sentado en un columpio y un pajarito que se movía en la carcasa con forma de casita. Nunca conseguimos hacer que la maquinaria arrancara, pero quedaba mono colgado. Pero la prueba irrefutable de que uno había estado en Ceuta era que traía en la bolsa, como si fuera un botín, una lata de mantequilla Breda, a veces sin sal y a veces con sal, para probar sabores nuevos. Esa lata quedaba en el frigorífico cerrada hasta que se tomaba la dolorosa decisión de abrirla y consumirla. La decisión era dolorosa porque significaba perder el recuerdo, la huella del viaje a tierras africanas y un tanto exóticas para la época; recuerdo que terminaba colocado sobre pan en desayunos no menos exóticos por lo raro de tomar mantequilla de lata cuando lo normal era que la Arias viniera en paquete de papel. Luego la lata quedaba guardada como tesoro precioso con el que uno se hacía un lapicero que duraba años y en el que, cada vez que miraba, se encontraba con un reflejo de madrugadas aventureras.
Hoy, paseando entre los pasillos del Carrefour Express me encontré con todas esas latitas de Breda a mi disposición sin necesidad de ir de a tomar un barco y acercarme a Ceuta. Qué quieren que les diga, para mí ha sido como si a un cazador de leones le ponen veinte o treinta rellenos de foie gras en la sección de congelados, listos para meter en el microondas (imaginando que los leones se pudieran comer rellenos). Me he sentido despojado, perdido y casi he estado a punto de llamar a mi padre para que un día de estos me llevara de madrugada a tierras lejanas a comprar algo que la globalización no pueda traerme a las estanterías del Carrefour Express...

Nuevas tecnologías del karaoke cultural

La humanidad da pasos de gigante en lo que son las nuevas tecnologías. Y si no, para eso está el lenguaje. Lo que antes era un "Karaoke cutre" ahora se llama "Dúo interactivo" y queda divino de la muerte...

La vida no vale nada en MI SA KO


Hay estrategias publicitarias que son para darle con un zapato en la boca a quien las diseña porque vamos a ver... Muy bajo de autoestima tengo yo que estar para entrar a comprar un bolso en MI SA KO al ver este cartel. Si ellos quieren poner los bolsos muy baratos me parece muy bien, pero de ahí a decir que mi vida vale menos de lo habitual, lo siento pero no. Quiero decir, que no me da la gana de que para hacer la gracieta publicitaria, el creativo se cague en mí y que yo lo acepte entrando al trapo. Una cosa es que la publicidad subliminal pretenda alienarme y otra que pegue botes de alegría y me apunte a la cola de los que van con la cabeza caida a que les den una colleja con el bolso. Otro día, que hoy mi vida vale mucho...

Echando unas risas en Bershka

Esto es lo que pasa por querer hacernos los modernos poniendo cosas en inglés sin saber. Vamos a ver... "El que ríe el último rie más" se podría traducir al inglés más o menos diciendo "The one who laughs last laughs longest". Igual me falta una palabrilla, pero yo no voy presumiendo de saber inglés como el que ha escrito el rotulito de la camiseta que ha confundido el artículo con el pronombre y ha escrito en realidad "ÉL, quien ríe el último, ríe más tiempo". Aunque también cabe la posibilidad de que la persona que ha traducido el asunto haya tomado clases de Gomaespuminglis...

Qué bonito


De la serie de objetos que me encontré antes de salir de Salamanca va este cartel de un supermercado. Es curioso cómo de una ciudad a otra pueden cambiar tanto los significados de las palabras. En Cádiz a nadie se le ocurriría pedir "un bote de Coca Cola", sino que se pediría "una lata de Coca Cola". Tampoco sería normal que se anunciara que se vende bonito para "embotar". En Cádiz el bonito, en todo caso, se pone o se mete en conserva o, de nuevo, volvemos con el asunto de la lata. Pero es que además, embotar significa en Cádiz, dejar sin filo un cuchillo. Busco en el DRAE digital el significado de la palabra y me quedo muy tranquilo sabiendo que los gaditanos usan la palabra correctamente en su primera acepción, mientras que los salmantinos la usan correctamente en su segunda acepción. O sea, que los gaditanos la usamos con un poquito más de propiedad. Hay que ver lo fácil que es sentirse a gusto de una manera muy tonta...

Señoras y caballeros...




Cuando Inma, una buena amiga, tuvo que escribir su tesina del doctorado en Comunicación escogió el tema de los iconos de las puertas de los cuartos de baños que yo había visto desde hacía tiempo como un ejemplo del modo en que simbolizamos las diferencias sexuales. Los cartelitos que diferencian el "señoras" del "caballeros" son un excelente síntoma de la cultura por la obligación de sintetizar que implican. Incluso en esas dos palabras que, a veces de forma explícita, nos encontramos en algunos baños públicos, están creando una diferencia que podríamos poner en duda, porque ¿son todas las personas con vagina "señoras"? ¿Son todas las personas con pene "caballeros"? Cuando la cosa se pone gráfica podemos encontrar pequeñas joyas, dependiendo de la capacidad y la originalidad del que crea o escoge el icono que marcará la diferencia, como estas dos que unen carácter urbano + identificación con Madrid a la hora de que nos decidamos por la puerta correcta. Pero esto tiene, como todo, sus peligros. Igual alguno se siente cohibido o incluso frustrado por la comparación con la intensamente eréctil silueta del pirulí de Torrespaña, o a alguna no le gusta identificarse con una Puerta de Alcalá siempre abierta a un trafico abundante. O también puede pasar que, ante la incapacidad creciente para la metáfora que nos invade, muchos no entiendan qué quiere decir cada una de las imágenes; así que por encima de cada metafora el dueño del bar ha puesto otra imagen más icónica y típica aunque, desde mi punto de vista, dejar de hablar de penes y vaginas para pasar a hablar de pantalones y faldas sea mucho más sexista y, sin duda, bastante más tradicional. Igual la posición de las imágenes típicas sobre las metáforas es, en sí misma, otra metáfora mucho más potente: la realidad de la tradición se impone siempre a la creatividad. Habrá que seguir peleando para despegarnos (de) los estereotipos.

jueves, 25 de septiembre de 2008

No, no y no

El dueño de la librería sólo trata de facilitarse el trabajo y espantar a los moscones que vienen a fastidiar y no a comprar, pero al ver tanto NO en el cartelito me planteo si entro o no en la librería. Seguramente alguien tuvo que hacer esas preguntas a las que la respuesta es siempre no, alguien tuvo que ser el primero en poner en alerta al dueño de la librería sobre lo inoportuno y estúpido de aquello que se pedía, tanto que había que poner un cartel para no perder tiempo en responder la próxima vez. Yo temo ser ese tipo que, sin mala intención o a lo mejor con un gran despiste, entra a pedir un certificado de penales -exactamente un certificado de penales, nada de sellos o un sobre de la declaración de la renta- sin darse cuenta de que eso no es un estanco, o ese otro señor que pide que le fotocopien el DNI y que, de nuevo, obliga al librero a decir que no, que lo de las fotocopias es más abajo. Me lo imagino una tarde, pensando el hombre en todas las preguntas absurdas que tiene que responder a lo largo del día, diseñando el cartelito con sus flechas, de una forma limpia, elegante, como sólo el ordenador puede hacerlo, plastificándolo luego (en la papelería del número 42 donde también le hacen las fotocopias) y colgándolo con la satisfacción del deber cumplido, con la tranquilidad de que no tendrá que responder a estupideces, sino atender sólo a clientes que van a buscar libros -pero no libros de texto, ojo, que eso es en otro sitio-, sino libros de los que él vende. Por eso temo equivocarme, temo pedirle algo fuera de lugar, temo enfadarle, sacarle de sus casillas y obligarle a quitar el cartel, a volver al principio del proceso para tener que redactar otro no, otra respuesta a una petición que no es la correcta. Paso de largo, pues, y me marcho a casa con un poco de tristeza por no haber sido capaz de ganarle la partida a esa manifestación de negatividad.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Síntomas de cultura

Hay un libro de ensayos llamado Symptoms of Culture, escrito por Marjorie Garber, que me compré en Providence, Rhode Island, en un mercadillo de libros de segunda mano el año que viví en los Estados Unidos (2003). Me atrajo tanto el título que ahora me he atrevido a tomarlo prestado para este blog. Hace tiempo que lo leí, así que no recuerdo bien lo que contaba pero creo que una de sus premisas era la que encabeza este blog: si la cultura es una enfermedad, los síntomas pueden verse por todas partes. Aunque igual esa idea nació en mí después de leer el libro. En cualquier caso este blog va a dedicarse a mostrar algunos de esos síntomas.
Manos a la obra.